#ElPerúQueQueremos

Destino o quién sabe qué

A veces solo necesitas mirar hacia fuera 

Cuando nuestros sueños se han cumplido es cuando comprendemos la pobreza de nuestra imaginación y la belleza de la realidad.

Marianella Castro

Publicado: 2016-02-04

¡Hola! Hace mucho que no lloraba. No recuerdo la última vez. Tampoco recordaba el sabor tan salado de las lágrimas. No quiero secarlas de mi rostro. Se siente bien. 

Mi té de manzana está muy helado y no sabe a té. El doctor me ha dicho que mi colón sufre. Yo le he dicho que sin té mi alma sufre. Hemos llegado a un acuerdo.

Hoy me dieron una ración minúscula e insultante de mi querido amigo en un filtrante casero amorfo. Le he dado un sorbo. Ha refrescado mi garganta en este verano infante y travieso, con un golpecito animador directo a mi tráquea, que resbala silencioso y placentero al precipicio de mi estómago, convirtiéndose en el galante acompañante de paso de mi insistente y coqueta vejiga, pero carajo, no sabe a té.

El té que yo conozco me eriza todo al primer intento. Mi lengua se parte en cien y cada pedazo se disputa el gusto de navegar bajo sus turbias y al parecer, peligrosas aguas.

Mi consumo es adictivo. Es verdad, debo pensar en mi salud.

Quiero té de verdad.

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“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Pedro Calderón de la Barca.

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El color amarillo enceguecedor de la luz del sol se coló en mis retinas, haciéndome despertar con un impulso que conmovió mi pequeño cuerpo entero hacia delante, sacándome del estupor al que me encontraba sometida. Me desperecé como un invertebrado que se arrastra sobre una hoja. Di un soplo de aire con dificultad para abrir la boca. Dejé de parpadear y de pronto… todo estaba igual que siempre.

Esa fue la primera vez que recuerdo haber soñado. Desperté sintiendo que me había encontrado en medio de dos mundos.

Esa mañana aprendí que mis ojos también miraban hacia dentro. Yo tenía cuatro años.

Por alguna razón en mi cuarto no había cortinas con las que proteger mi sueño del astro rey. A partir de ese día, aquel sueño se repitió una y otra vez.

La mayoría de gente no recuerda cuando era niño, en cambio para mi es más difícil recordar lo que comí ayer que lo que viví hace más de veinticinco años. Mi memoria se ha arraigado a esas épocas, en las que yo no sabía nada pero entendía todo.

Entendía muchas cosas, por ejemplo, que cualquier objeto que no fuera mío contenía ají. Que cuando visitábamos alguna interesante casa, todas las cosas se llamaban NO. Que no estaba bien ensuciarme el vestido jugando, porque la nueva lavadora que aún no era comprada, era motivo de discusión. Que no debía hacerle caso otra vez al alumno particular de diecisiete años de mi papá que iba a casa los miércoles para recibir clases de matemáticas. Que jugar con él no me gustó. No importa cuántos caramelos tenga en su pantalón.

Que el rosado es para las princesas y que yo era una. Que los carros y las cosas divertidas eran para los niños. Que tenía que comer todo lo que me dieran, aunque no me guste, aunque estuviera reventando, porque los niñitos de África no tenían comida. Pobres niñitos, pensaba, yo les llevaré mucho arroz.

En fin.

Pasaron los años y cada cierto tiempo, ese peculiar sueño volvía.

Era un sueño que parecía realidad, aunque estuviera ataviado de nubladas imágenes, como encriptadas al comienzo, que iban abriéndose hasta tomar alguna forma.

Eran figuras acercándose hasta la punta de mi nariz. Reflejos de personas que nunca vi. Risas. Llanto. Sensaciones de melancolía, tristeza, profunda alegría. Retazos de colores que se suspendían en el aire. Voces. Susurros. Sentía que mi tacto se volvía inútil e inexistente. Era como si todo volara a mi alrededor buscando adherirse a mi piel.

Cuando millones de aquellas pequeñas figuras estaban muy cerca y me causaban miedo y algo que podría llamar dolor, empezaba a correr, sin rumbo, sin avanzar pero a toda velocidad. Las curvas eran ajenas a su naturaleza curvilínea, más bien se confundían con un círculo demasiado grande que nunca terminaba. Yo solo corría, sintiendo que corría con el tronco y los brazos, no con los pies.

El corazón me hacía abrir la boca para respirar y al parar unos segundos, o tal vez una nada, se encontraba la silueta de un ser inalcanzable. Cubierta por un ropaje azul, tal vez y de espaldas.

Ella se daba cuenta de mi presencia y antes que pudiera ver su rostro, en aquel giro definitivo, en donde me regalaba la sombra de su perfil, algo me arrancaba, como una aspiradora gigante comiéndose a una humilde hormiga, que no puede hacer nada contra semejante monstruoso aparato, hacia la realidad de mi cuarto rosado.

A veces sabía cuándo volvería a vivir aquella escena. 

Pasaba casi siempre en verano, después de las clases de natación, cuando estaba muy cansada, cuando no recordaba haber cerrado los ojos. Otras veces sucedía cuando me quedaba estudiando hasta tarde con mi mamá, para los exámenes finales del colegio, que eran peor que comer cebolla. Una vez pasó cuando me dio la varicela y estaba medicada para poder dormir.

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Siguió pasando el tiempo, quejumbroso y mal nacido. Yo seguí soñando con aquella mujer hasta hace un par de años.

Era el invierno del dos mil catorce, cuando vi por primera vez su rostro y la reconocí de inmediato. Era ella, no cabía ni la más minúscula duda. Era ella.

Yo andaba comprando el último sabor de mi cigarrillo electrónico, dispuesta a darle una oportunidad más, y la mujer de aquel mundo de sombras y color estaba allí.

Algo suspendió mis pies y me arrancó de la realidad, sintiéndose muy familiar. La vi girar hacia mí, exactamente como en el sueño, al sentirme detrás. Pude percibir aquel rostro que por tantos años había estado en mi subconsciente. 

Bajé la mirada unos segundos, tal vez una nada y ella se había ido.

Cada día empecé a soñar la misma escena de siempre. No había descanso. No había forma de quitármela de la cabeza.  

Todos los días me despertaba sobresaltada, sudando y aterrada. Ya no quería dormir. ¿Quién demonios era?

Acudí a un especialista, a dos, a tres. Mi insomnio se disparó. Las pastillas hicieron una ciudad en mi flora intestinal. Cada vez tenía menos pelo. Los monosílabos se hicieron mi idioma. La ropa empezó a quedarme muy floja. La cura del sueño es una vil carcajada para quienes sufren por una cura de verdad.

Estaba volviéndome loca.

Unas semanas después empecé a caminar por aquel aparador donde la vi. Difusa y determinante. Iba unas dos veces a la semana a la misma hora. Luego unas cuatro veces a la semana. Luego me instalé en un restaurante al frente a diario y por muchas horas. Las meseras me atendían y apostaban cuanto tiempo me quedaría cada vez.

Estaba volviéndome loca.

Dejé de buscarla por mi bien y porque casi me obligaron a golpes. 

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Un jueves cualquiera, me encontraba de compras con una amiga por el parque Kennedy de Miraflores. Era de noche. Las tiendas estaban cerrando. Mi amiga y yo decidimos ir a cenar.

De pronto la vi pasar, solo un fino vidrio nos separaba, sus pisadas eran golpes secos en mis sienes. Me atoré con la comida. Tomé agua, volví a levantar la mirada y vi que se dirigía, en compañía de varias chicas, hacia mi segunda casa, en donde había pasado años sintiéndome libre, a donde había jurado no volver, y a donde siempre volvía, un lugar llamado, Vale Todo.

Mi amiga que sabía la historia, incrédula y preocupada me acompañó.

No sabía que iba a decirle. Tampoco que quería con ella. Solo necesitaba tenerla frente a frente. Tal vez ella también me reconozca. Tal vez ese asunto del destino era cierto. ¡Tal vez había nacido para encontrarla!

No me importó nadie que estuviera cerca a ella cuando me acerqué a preguntarle si bailaba. Ella me miró extrañada y accedió.

Era una salsa lo que sonaba haciendo vibrar el lugar entero. La tomé de la cintura, la pegué hacia mí. Sentía todo lo que sentí en mi sueño por décadas al sentir su respiración.

Estaba extasiada. Convulsionaba de excitación. Me encontraba al borde del desmayo cuando de pronto ella habló.

- ¿Cómo te llamas? ¿Ya nos habíamos visto antes?

Me quedé helada. Su voz, su voz era tan… tan… tan ruidosa. Ella prosiguió.

- ¡Ah ya sé! Tú eres Marianella Castro, la chica del blog pues. La de la miniserie “Buscando Té”. ¡Eres bien graciosa ah!

La miré con detenimiento. Sonreí. Le di varios giros, haciendo gala de mi swing, para que se terminara más rápido la canción. Ella siguió hablando.

- Una vez leí un post tuyo que me tocó el alma. Menos mal que me sacaste a bailar. Estaba aburrida. ¿Qué otra cosa haces aparte de escribir? Yo escribo un diario. Es sobre todas las cosas que me han pasado. Son bastantes ah. Hace dos semanas terminé una relación. Pero ella ha venido con mis amigas, estamos en el mismo grupo. Porsiacaso ya no hay nada ah. ¿Nos está mirando? Es la de la camisa verde.

¡Mierda!

Era la chica de mi sueño. Ese era el rostro que giraba sin dejarse ver completamente. La tenía frente a mi. Oliendo a un perfume demasiado dulce. Allí, ligera de pensamiento y poco agradable. 

Sus manos estaban demasiado húmedas y la solté sin perder el paso. 

Soy una estúpida, pensé. Una pobre ilusa pensando que la felicidad se encuentra en los vestigios de un pasado incierto. Qué humillante insinuación del espacio y del tiempo. ¿Quién carajos estará jugando a los dados conmigo?

De repente, la chica con la que bailaba giró, dejándome ver otra vez su perfil, pero esta vez muy cerca a mi. Mi ojo izquierdo se hundió entre su nariz y su boca fijándose en el fondo, donde una muñeca de piel canela y de naricita pequeña apareció, desorbitada y dando tumbos entre la gente. 

No sentí murmullos, ni que mis pies volaban. Ni vi figuritas de colores que se transportaban hasta mi nariz. Tampoco mi cuerpo se cortó en zigzag y cayó a sus pies, rodando en el aire tipo Matrix. No me acuerdo de la canción que sonaba pero creo que era un reggaeton bien grosero. No perdí la mitad del cerebro al escuchar de sus labios su nombre. No  me pasó un tractor por encima cuando vi por primera vez su sonrisa, ni había un letrero gigante con luces psicodélicas con flechas apuntando hacia su cabeza. Seguro Cupido estaba perreando en la zona latina.

Le dije a la amiga que me había acompañado: ¡Mírala! Yo me voy a casar con ella.

La realidad es más bonita que la ficción. Es más difícil, más austera, más complicada y por ende más hermosa. 

Tal vez el destino me llevó a seguir a aquella mujer de mis sueños, para llegar a donde estaba la mujer real, que es infinitamente mejor que la de cualquier delirio novelesco. 

Para mi es más simple ahora. La mujer de mi vida se llama Ana, le guste al destino o no.

Marianella Castro Robles.

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Pintura de la talentosa: Andrea Barreda.

https://www.facebook.com/andreabarredapintura








Escrito por

Marianella Castro

Pseudo escritora lesbiana, adicta al té y a todo lo demás.


Publicado en

Ana, Me & Australia

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